La calle
tiene un no sé qué
de angustia
de sierra que te corta los barrotes de la cabeza
para que escape hasta el último de tus pensamientos
condenados a cadena perpetua
de agua fría que suaviza el enojo
de bálsamo para las heridas internas
de quietud para los ojos que miran el caos de los
transeúntes
de pañuelo que recoge tus lágrimas
y las guarda en una cajita de cuerda
para que bailen al compás de tu canción preferida
de sangre que se te mete por los pies descalzos
hasta anclarse en tu torrente
y darte la fuerza de los que ahí murieron
de fuego que deja su huella en el pavimento
de viento que levanta las hojas secas
en un remolino abrupto y sublime
de manos que te agarran la cara y te dicen que no
estás solo
que no sos el único que las ha recorrido
hasta encontrar las respuestas perdidas
y llevarlas de vuelta a casa
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