“¡Juela, tío! ¿Te dolió?”
La Ale, mi sobrina de 9 años,
me pregunta qué tan grande es la herida de la cirugía que me hicieron el
miércoles pasado en el Zacamil. Yo le digo que no es tan grande, pero que me
pica (todos aquí sostienen la teoría de que ‘pica porque se te va curando por
dentro’) y me duele cuando me muevo.
(Agradezco las muestras de
afecto y buenos deseos que me envió la cipotada tuitera desde que les ‘avisé’ de
la ultrasonografía en donde descubrí que tenía cálculos en la vesícula y que
tenía que ir a la sala de operaciones ese mismo día. Son grandes.)
Mañana, finalmente, me retiran
los puntos. Espero no tener ninguna complicación y seguir con mi proceso de
recuperación como hasta hoy.
Lo bueno de todo esto es que
dentro de unos días más voy a poder salir a la calle. Sentir el sol. Exponerme
a la insaciable sociedad salvadoreña. Espero subirme a la 117 para regresar a
mi propia casa, sentir la brisa de las montañas de Chalatenango mientras estoy meciéndome
en la hamaca, hacer más hoyos en la tierra y sembrar más árboles (vivo en un
desierto, etc.), y seguir la vida ‘normal’, el camino que todos llevan.
Lo normal en El Salvador es
salir a la calle con miedo. Y eso duele, no pica. Arde en lo profundo del alma nacional
ni si quiera piensen que iba a escribir ‘nacionalista’, que eso jamás
ocurrirá de parte mía y no hay cura todavía. Aquí, dicen, pero no está
confirmado todavía, se hacen negocios con la mara, va, puesí, va, vos sabés que
aquí para, controla y viola, va, y todo mundo se alborota, menos uno, que ni se
inmuta, el señor Carlos Mauricio Funes Cartagena.
En serio, ¿por qué creen
ustedes que el Presidente se ha ausentado? Leí que andaba en Disneylandia, que
la esposa lo había encontrado con otra mujer, y un sinfín de teorías que
circulan en las enredadas redes sociales. Funes, salí del núcleo.
A mí me duele la patria
chiquita mía. ¿Quién sabe cómo curármela?
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