«Quiero dar lo mejor que pueda, ni migajas ni pedazos de mí que el Otro arma. No preciso que me arme, solo que me ame» —@LolitaGerman.
La teoría (o pensamiento, qué sé yo) de la “media naranja” es una tontería grande. Grandísima. ¿Saben ya la historia de la misma? Acá está una síntesis de lo que, al parecer, fue su origen:
Aristófanes
contaba que en un principio, la raza humana era casi perfecta. Los seres eran
esféricos como naranjas y tenían dos caras opuestas sobre la misma cabeza. Su
arrogancia les llevó a enfrentarse a los dioses creyéndose semejantes a ellos.
Zeus los castigó partiéndolos por la mitad con el rayo. Al final, compadecido
por la estirpe humana ordenó a Hermes que les girase la cabeza hacia el mismo
lado donde tenían el sexo: de este modo cada vez que uno de estos seres encontrara
a su otra mitad, podrían obtener placer y descendencia. Desde entonces, los
individuos buscan siempre a su otra mitad que les haga seres más completos.
¿Qué les
parece? A mí me suena risible e increíble (o debiera decir ‘no creíble’, para
dar por sentado mi punto de vista respecto a este tema). Anoche, leyendo a
Lolita, me llamó muchísimo la atención la frase que, sin su permiso, usé de epígrafe
para este post. Uno va por la vida queriendo saberse parte de algo o de alguien, y la no ocurrencia de este supuesto
desencadena un sinfín de contrariedades, preguntas sin respuesta, depresión, suicidios,
homicidios, y tantas cosas más.
Uno va por la
vida queriendo sentirse amado por alguien, reconocido
como la “parte que le faltaba al otro”, sentirse la parte que le hacía falta al
otro, a ese otro que, para nuestro
propio infortunio, a veces, las más de las veces, espera que le demos todo sin
hacer nada por nosotros. Somos egoístas. Ridiculizamos a quienes decimos amar,
le dañamos la estima, le “bajamos la moral”, y en casi todas nuestras
discusiones mencionamos el “yo”, ese “yo” que está falto de, necesitado de, impaciente por, demandante de…, y así nos juntamos y procreamos hijos y les
enseñamos a los otros.
¿Cuándo vamos a
empezar a dar lo mejor que podamos? ¿Cuándo, de verdad, vamos a elevar la vida
de la persona que amamos a nuevas alturas? ¿Hasta cuándo vamos a parar de
exigir, a veces con gritos y golpes, lo que nosotros no somos dignos de dar? Me
da rabia cada vez que veo en la calle a un tipo gritándole improperios a su
¿pareja?, mirándola con ojos de rabia, de odio, y deseando, si la cobardía no
se lo impidiera, agarrarla a golpes y dejarla en la calle, desangrándose y
pidiendo ayuda a los desconocidos. Me da cólera oír un “¡Es que vos no
entendés!”, “¡Vos no sabés cómo me siento!”, “¡Vos ni me conocés!”, y tantas
otras frases mostrando frustración.
Somos expertos
en derribar puentes. Según nosotros, las podemos todas. Según nosotros, el otro
es quien está necesitado de afecto y compañía. Según nosotros, podemos vivir
asfixiando al otro con nuestras exigencias y a pesar de todo ser reconocidos
como ‘buenas personas’. Según nosotros, según nuestra manera, costumbre o gana.
A diario leo a
las señoritas que escriben “Lo mismo que le dice a otras me dice a mí” o “No
desperdiciés tu canción favorita dedicándosela a alguien que después vas a
odiar”, y así. Creemos que el amor es cuestión de entregar migajas de uno mismo
al otro, de darle lo que nos sobra, lo que no nos gusta, lo peor. Las relaciones
pasadas nos acostumbraron a ser más precavidos, a no entregarlo todo, a ir reconociendo el terreno sobre el cual
caminamos, a desconfiar del que camina a nuestro lado, a endurecer el corazón
para evitar nuevos desencantos, nuevas tristezas, nuevos desencuentros. Nos
acostumbramos (y hasta cierto punto parece justo) a no dar más de lo que el
otro esté dispuesto a dar, a no mostrar debilidad
ante el otro, a vivir con la incertidumbre de “¿Y si me dañan otra vez?”
No creo en el
sentimiento de la gente que dice estar enamorada y amar a alguien a los pocos
minutos u horas de haberse conocido. No creo, además, en aquello de “cambiar al
otro”; de hecho, considero que eso daña la personalidad del otro. ¿A cuántos
les ha pasado ya que inician una relación en donde el otro, sea hombre o mujer,
desea dominar todas las áreas de la relación? Y qué decir de quienes creen que
tienen el don de ‘armarle la vida al otro’, como si fuésemos personas
incompletas…
Somos seres
humanos completos e independientes, capaces de decidir si amar o no a alguien.
No precisamos
que nos armen y/o desarmen a su antojo, solo que nos amen.
Y amar sin egoísmo
al otro.
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