Voz en OFF

4.12.12

"No preciso que me arme, solo que me ame."




«Quiero dar lo mejor que pueda, ni migajas ni pedazos de mí que el Otro arma. No preciso que me arme, solo que me ame» —@LolitaGerman.


La teoría (o pensamiento, qué sé yo) de la “media naranja” es una tontería grande. Grandísima. ¿Saben ya la historia de la misma? Acá está una síntesis de lo que, al parecer, fue su origen:

Aristófanes contaba que en un principio, la raza humana era casi perfecta. Los seres eran esféricos como naranjas y tenían dos caras opuestas sobre la misma cabeza. Su arrogancia les llevó a enfrentarse a los dioses creyéndose semejantes a ellos. Zeus los castigó partiéndolos por la mitad con el rayo. Al final, compadecido por la estirpe humana ordenó a Hermes que les girase la cabeza hacia el mismo lado donde tenían el sexo: de este modo cada vez que uno de estos seres encontrara a su otra mitad, podrían obtener placer y descendencia. Desde entonces, los individuos buscan siempre a su otra mitad que les haga seres más completos.

¿Qué les parece? A mí me suena risible e increíble (o debiera decir ‘no creíble’, para dar por sentado mi punto de vista respecto a este tema). Anoche, leyendo a Lolita, me llamó muchísimo la atención la frase que, sin su permiso, usé de epígrafe para este post. Uno va por la vida queriendo saberse parte de algo o de alguien, y la no ocurrencia de este supuesto desencadena un sinfín de contrariedades, preguntas sin respuesta, depresión, suicidios, homicidios, y tantas cosas más.

Uno va por la vida queriendo sentirse amado por alguien, reconocido como la “parte que le faltaba al otro”, sentirse la parte que le hacía falta al otro, a ese otro que, para nuestro propio infortunio, a veces, las más de las veces, espera que le demos todo sin hacer nada por nosotros. Somos egoístas. Ridiculizamos a quienes decimos amar, le dañamos la estima, le “bajamos la moral”, y en casi todas nuestras discusiones mencionamos el “yo”, ese “yo” que está falto de, necesitado de, impaciente por, demandante de…, y así nos juntamos y procreamos hijos y les enseñamos a los otros.

¿Cuándo vamos a empezar a dar lo mejor que podamos? ¿Cuándo, de verdad, vamos a elevar la vida de la persona que amamos a nuevas alturas? ¿Hasta cuándo vamos a parar de exigir, a veces con gritos y golpes, lo que nosotros no somos dignos de dar? Me da rabia cada vez que veo en la calle a un tipo gritándole improperios a su ¿pareja?, mirándola con ojos de rabia, de odio, y deseando, si la cobardía no se lo impidiera, agarrarla a golpes y dejarla en la calle, desangrándose y pidiendo ayuda a los desconocidos. Me da cólera oír un “¡Es que vos no entendés!”, “¡Vos no sabés cómo me siento!”, “¡Vos ni me conocés!”, y tantas otras frases mostrando frustración.

Somos expertos en derribar puentes. Según nosotros, las podemos todas. Según nosotros, el otro es quien está necesitado de afecto y compañía. Según nosotros, podemos vivir asfixiando al otro con nuestras exigencias y a pesar de todo ser reconocidos como ‘buenas personas’. Según nosotros, según nuestra manera, costumbre o gana.

A diario leo a las señoritas que escriben “Lo mismo que le dice a otras me dice a mí” o “No desperdiciés tu canción favorita dedicándosela a alguien que después vas a odiar”, y así. Creemos que el amor es cuestión de entregar migajas de uno mismo al otro, de darle lo que nos sobra, lo que no nos gusta, lo peor. Las relaciones pasadas nos acostumbraron a ser más precavidos, a no entregarlo todo, a ir reconociendo el terreno sobre el cual caminamos, a desconfiar del que camina a nuestro lado, a endurecer el corazón para evitar nuevos desencantos, nuevas tristezas, nuevos desencuentros. Nos acostumbramos (y hasta cierto punto parece justo) a no dar más de lo que el otro esté dispuesto a dar, a no mostrar debilidad ante el otro, a vivir con la incertidumbre de “¿Y si me dañan otra vez?”

No creo en el sentimiento de la gente que dice estar enamorada y amar a alguien a los pocos minutos u horas de haberse conocido. No creo, además, en aquello de “cambiar al otro”; de hecho, considero que eso daña la personalidad del otro. ¿A cuántos les ha pasado ya que inician una relación en donde el otro, sea hombre o mujer, desea dominar todas las áreas de la relación? Y qué decir de quienes creen que tienen el don de ‘armarle la vida al otro’, como si fuésemos personas incompletas…

Somos seres humanos completos e independientes, capaces de decidir si amar o no a alguien.

No precisamos que nos armen y/o desarmen a su antojo, solo que nos amen.

Y amar sin egoísmo al otro.

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