El tema de la lluvia es de los más comentados en estos
días. Llueve y la ciudad se vuelve un caos y en el campo ocurre una de las
tantas cosas que nunca voy a poder entender aunque lea todos los manuales
existentes: crecen los árboles que sembré, poco a poco. Estoy lejos de mi
casa (léase, de mi propia casa, esa pequeña construcción que logré construir
hace tres años y que, espero, se irá expandiendo mientras esté con vida y tenga
dinero para comprar los materiales de construcción), pensando en cosas vanas y
oyendo cómo las gotas de lluvia danzan afuera. Más tarde (los husos horarios no
son mi especialidad) llamaré a mi papá, intercambiaremos anécdotas de San
Salvador y Chicago, le preguntaré cómo se siente, cómo le fue en el trabajo, si
llegó con bien, si no había tráfico, y él me preguntará por las noticias locales,
por el partido de La Selecta (ojalá que no se vuelva un fiasco para la afición
cuando al final de los noventa minutos el árbitro diga que el partido se
acabó), y al final de la plática le voy a decir que lo quiero, que lo extraño,
y que ‘al rato nos echamos un café juntos’.
Tengo, como dice Óscar (@oscarmartell), 'nostalgia de
patria y de familia', incluso estando dentro de estas fronteras que cada día se
me hacen más agobiantes y teniendo a mis seres queridos cerca de mí. Hace mucho
que no leo los periódicos ni veo los noticieros locales, y no es porque no me
importe lo que sucede acá, sino que es por la única y sencilla razón que esta
realidad no merece seguir siendo contada una y otra y otra y otra vez. ¿No les
aburre ver las noticias y darse cuenta de los asesinatos, robos, violaciones,
policías que matan a sus parejas (el último que escuché tenía más de cuarenta
años y su pareja tenía tan sólo quince años), alcaldes (sí, con minúsculas) que
se suben los sueldos, partidos políticos que dan vergüenza, hambre, pobreza,
miserias, traiciones…, y tantas cosas más. Desconozco este país. No me reflejo
en él. No me siento ‘orgulloso de ser salvadoreño’, no bajo estas
circunstancias.
No estoy diciendo que voy a huir como un cobarde y que
no le voy a hacer frente a lo que se me venga encima. No. Lo que estoy diciendo
es que a veces, sólo a veces, me da rabia e ira e impotencia por todo lo que
pasa y hasta cierto punto no sé si estoy aportando o estorbando a que mi
entorno (ahora estoy escribiendo como un intelectual fresón wannabe) mejore.
Llueve y hace frío y podría estar viendo las noticias (por ejemplo a Mónica
Casamiquela tartamudeando mientras lee del prompter), oyendo la radio (¿cuál
radio me sugieren que oiga? ¿La UPA?), leyendo algún libro (cosa que he dejado
de hacer y me avergüenza confesarlo), o quizá estuviera dormido (como me ocurre
cuando estoy en medio de la ‘soledad’ del campo, que ya a las ocho de la noche
lo único que veo es la cama y las almohadas y las colchas y eso), así, sin
hacer nada.
Volviendo al tema de mi padre, él es uno de los
hombres que más admiro. ¿Se dieron cuenta que vino a visitarnos luego de estar
fuera del país durante casi quince años? Eso fue algo increíble (no sólo porque
al fin pudo viajar, sino que porque yo recuerdo haberle dicho por teléfono que
no le iba a creer que vendría si no lo veía salir por la puerta de ‘Arrivals’
del aeropuerto) y que marcó un rumbo distinto de mi vida. Imaginate pasar casi
quince años sin ver a tu papá, sin tenerlo cerca, sin poder disfrutar una
caminata por las calles polvorientas de esta ciudad sin nombre, sin poder
tomarte un café y reírte y reflejarte en el hombre que se parece tanto a vos
(o, mejor dicho, a quien me parezco tanto). Lo extraño, y mucho, y sé que se
fue (como la mayoría de padres y madres y primos y tíos) para poder darnos ‘algo
mejor’ a nuestra familia. Ya estoy ‘grande’, digámoslo así, y ya no necesito
ese ‘algo mejor’ que tanto me ayudó para poder estudiar la escuela básica, el
bachillerato, la Universidad, etc. Lo que necesito es tener a mi padre cerca
(no viviendo con él y mi madre, porque esa casa les ha costado a ellos y yo
quiero que mi casa me cueste a mí), contarle mis problemas, preguntarle cosas,
abrazarlo y decirle que lo amo. Extraño a mi padre, y me da cólera no poder
viajar (intenté pedir una visa en la embajada gringa hace años y me la negaron
diciéndome que era muy joven para salir del país), y permanecer encerrado aquí,
como en un arresto domiciliar permanente.
Este país es un encierro que nos vuelve locos a todos,
aunque casi nadie quiera reconocer que eso sucede. Me gustaría saber si no soy
el único que se siente así, aunque dudo que haya alguien dispuesto a ‘hacerme
barra’ con estas tonterías que estoy escribiendo en la noche de un martes de un
octubre que no quiere que eleve piscuchas y vuelva corriendo a los días de mi
infancia.
Un fiasco todo. O quizá no.
Gracias.
Salú.
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